lunes, mayo 12, 2008

Roger Waters: Un hijo de su Pink Floyd




Este mes fuimos al concierto de Roger Waters dentro de su gira "The Dark Side of the Moon" en The Woodlands. Fue un sueño hecho realidad.




La mística de la banda estuvo presente aunque Waters tuvo que echar mano de 10 músicos para emular lo que solía hacer con Pink Floyd. No falló. Escuchar las canciones de Pink Floyd, incluyendo la totalidad de "The Dark Side of the Moon" en vivo fue nacer, morir y nacer en 3 horas. No faltó el prisma, ni el cerdo inflable durante "Sheep", aunque el espectáculo de luces no se equipara al que usó Pink Floyd en su última gira, Waters mostró ser un artista completo, fue muy interactivo con el público, al contrario de lo que imaginé toda mi vida. No nos dejó ir sin escuchar, "Wish you were here", "Shine on you crazy diamond" y su fenomenal "Perfect sense". Su mensaje político fue antibélico y contundente, como siempre. Los músicos eran increíbles. Los guitarristas interpretaron las canciones nota por nota, con respeto máximo a las versiones originales. Totalmente increible. Increible.



Tenía como 15 años cuando supe por primera vez de un grupo de rock llamado Pink Floyd y que este año será galardonado con el premio Polar (o el Nobel de la música) en Estocolmo. Al principio pensé que se trataba de un grupo de rock pesado y me enteré de lo afamado y revolucionario que había sido esta banda. Pronto tuve la inquietud de escuchar su música. En esta ocasión fui muy cuidadoso e hice mi tarea para seleccionar cuál sería el mejor album de su obra discográfica para introducirme a su mundo y después de preguntar, y sopesarlo bien decidí comprar The Wall. Para un lechuguino de 15 años era bastante rudo desembolzar 140 pesos, en aquella época, para comprar un disco, no pirateado, doble y que además pertenecía al selecto grupo de música para gente de amplio criterio. Finalente me hice de una copia y me recluí en un lugar solitario y silencioso, en eras de no sufrir ninguna interrupción durante mi experiencia musical y para poder aprehender en toda su extensión el concepto musical que estaba a punto de escuchar. Al pasar canción tras canción supe que lo que estaba escuchando era distinto a lo que había escuchado hasta ese momento de mi vida. No era rock pesado, de hecho era música bastante monótona, lenta, triste, misteriosa y repetitiva, para mis gustos en general que se inclinan más por música rápida y energética. Sin embargo la música ero mágica, con unas tonadas muy pegajosas y unas notas que cimbraban los nervios y conmovían: conmocionaban. Escuché los dos discos, uno tras otro, sin interrupción y con mucha atención. Ahí estaban las canciones explosivas y eufóricas, las baladas melosas, las suites misteriosas, los reprises, los increibles solos de guitarra, casi siempre en escala pentatónica, la ópera. ¿Pero qué era todo eso? Creo que en ese momento no pude apreciar en su totalidad la obra artística con su concepto, la interpretación, el mensaje y la mística impresa. Hasta ese momento nunca había escuchado la versión original de "Another brick in the Wall" (canción que se ha vuelto una de mis favoritas) y "Run like Hell", "Hey You" y "Comfortably numb" fueron gratas sopresas. Lo escuché una vez nada más y luego tuve que parar.

No fue sino hasta el otro día cuando me atreví a tocar el disco de nuevo, maravillado por la adquisición musical que acababa de hacer. No me imaginaba en ese momento que la música de Pink Floyd se convertiría en la banda sonora de mi vida.

Fui descubriendo uno a uno todos y cada uno de los discos de Pink Floyd, siempre embelezado, hipnotizado por los sonidos, las texturas, los sabores, los caleidoscopios sonoros y me convertí en un fanático y admirador indiscutible de esta gente. La vida habría sido distinta sin su música. Quién iba a pensar que mi música favorita sería algo que no es rock pesado. Como buen fanático siempre deseé asistir a un concierto de Pink Floyd, pero cuando fueron a México (ya sin Waters) en el 94, era muy joven y no pude ir. Tan lejos y tan cerca. Hoy he dejado de escuchar a Pink Floyd, pero se que siempre puedo regresar a sus discos y encontrar lo que necesito al escucharlos: la vida.


100 años después

Este mes empecé a leer la biografía de Harvey Cushing escrita por Michael Bliss. Me ha inspirado profundamente el encontrar tantas cosas en común entre mi propia vida y la del padre de la Neurocirugía moderna. En muchos pasajes del libro, me veo yo mismo reflejado con mis ambiciones, hábitos, manías, defectos y cualidades. Mis sentimientos hacia su figura son un tanto contradictorios, porque por un lado envidio su situación: el mundo en el que le tocó desenvolverse, la época, el estatus de la medicina, las instituciones en las que desarrolló su carrera, su fama a nivel mundial, pero sobre todo sus logros y contribuciones. Por otro lado, sin embargo, me siento afortunado de pertenecer a otra generación con una visión más avanzada de la ciencia, la medicina y la vida en general. No me imagino viviendo en un mundo donde no hay imagenología, antibióticos y se entiende tan poco sobre el cerebro y la conducta humana.

Hoy tuvimos el examen de Behavioral Neuroscience en pregrado y me puse a pensar que el 90% de el material que incuí en ese examen era difícil imaginar por Cushing y los médicos de su época: la efectividad de la terapia electroconvulsiva, el mecanismo de acción de los antipsicóticos, la naturaleza de las células de la sustancia negra, el papel de la citocromo oxidasa en la respiración celular, la existencia misma de la mitocondria o tan solo el concepto actual de la neurona: creo que el Dr. Cushing estaría muy sorprendido de toda la información que se tiene hoy en día y que en sus tiempos era difícil imaginar.

Y me pregunto hoy qué le espera a la generación que vivirá en 100 años a partir de ahora.

Otra cosa que me ha llamado poderosamente la atención de la vida de Cushing es lo cuidadoso que fue en escribir los sucesos de su vida en su diario. Yo tego mi propio diario, pero podría ser una broma ridícula en comparación con la documentación que Cushing consiguió. No tengo necesidad de documentar todo lo que me pasa y todo lo que siento. Quizás sea por que en el mundo de hoy se vive más de prisa. Se escribe menos, se experimenta y vive más. El día tiene sólo 24 horas y pareciera que ritmo de vida contemporáneo no está diseñado para escribir en un diario. Sin embargo, creo que empezaré a ser más cuidadoso en ese sentido, siguiendo el ejemplo de esta increible figura histórica que empiezo a descubrir y admirar.

Ojalá algún día, algún día pueda yo contribuir la mitad o siquiera la décima parte de su trabajo.

Rojas aquí.