sábado, marzo 31, 2007

En clase

Nunca he mencionado lo importante que es poder dar clases. Clases de algo, de lo que sea. Es muy güenísimo. Por un lado dicen que la mejor forma de aprender es enseñando y vaya que se aprende cuando se tiene que explicar algo a nivel teatro guiñol. A veces creo que que las ideas que estan en mi cabeza son tan claras que no se necesitan explicar. Pero cuando es alguien nuevo quien las escucha por vez primera, vaya que hay que hacer un esfuerzo para hacerlas inteligibles. Mi tocayo estará de acuerdo conmigo que el que es buen maestro tiene que tener dos cosas: dominar su tema y saber cómo transmitirlo. El dominar el tema implica poder hablarlo técnicamente y desde sus matices teóricos más crípticos hasta explicarlo a un niño de kinder. El saber transmitirlo no es solo pasar la información; también significa saber inspirar el amor por la disciplina.
Así mismo mera mente, el profesionista que se para frente a un salón de clase está en la mejor posición para mantenerse actualizado y al día en cuanto a los temas de moda, los debates del momento y las nuevas tendencias en el área. Vaya que en las neurociencias uno o dos años lejos de la academia lo hacen parecer a uno como venido del pleistoceno científico.
El enseñar también mata el pájaro que toda persona que desea ayudar busca matar: el hacer algo porque el prójimo se ponga bueno. El médico busca contribuir al mantenimiento y recuperación de la salud y bueno el que enseña lo hace a través de la educación. Es el aula verdaderamente un foro para realizar tal tarea y si doctor (del latín docere) significa enseñar, el que está en frente de una clase cumple inherentemente esta labor de salud.
El que enseña también recibe retroalimentación inmediata y mediata de sus actos. Así como ver un rostro aliviado de dolor es una megadosis de reforzamiento positivo y un premio inigualable al trabajo arduo, el ver un rostro iluminado por el conocimiento antes esconido entre frases acarreando ideas nunca antes pensadas es también reforzamiento positivo y un aliento motivador únicos.
El que enseña demuestra que no es egoista. El que enseña cumple contribuye a la evolución de la humanidad usando como unidad evolutiva (y aquí me pirateo una idea de Richard Dawkins) la idea. El que enseña aprende que hay mucho que se desconoce y valora con humildad la insignificancia del hombre ante la magnificencia de la naturaleza y la verdad.