El sentido de curar
El maestro Ruy Pérez Tamayo me dio la enseñanza más grande en mi vida, la que más valoro y la que ahora constituye el eje al rededor del cual gira mi existencia. Durante una sesión académica en el Hospital San José, él dijo que la medicina nació desde el momento en que hubo algo tal como un hombre enfermo que pidió ayuda a otro hombre que estuvo dispuesto a ayudarlo. Y es esa la esencia de la mýs artýstica de todas las ciencias, la más científica de todas las artes: Ayudar al que está enfermo. Eso es lo que le da sentido a todo...al menos para mi. Aun hoy, en esta era de los nanos y los cybergs no deja de haber gente enferma. Hoy el concepto de salud y enfermedad tiene dimensiones distintas a las de hace 10,000 años; las herramientas y los fundamentos científicos se han convertido en lo que nigún escritor de ciencia ficción pudo haber vaticinado. En estos momentos en los que el hombre, ese ente de envergadura interplanetaria, puede precindir de la voluntad de ayudar para curar al prójimo es crucial que recapacite a cerca del sentido de la medicina, de su esencia última, tal la cual fue comprendida por el ser de las cavernas. Porque el sentido de curar no es el pago que se recibe, ni el prestigio, ni siquiera el sentimiento de ser útil o la gratitud del paciente. Así como profesar amistad por alguien implica una inclinaciýn desinteresada por ese alguien, la voluntad de curar no debería obligarse, porque es una de las formas de expresiýn de la bondad, si es que tal existe en el ser humano, para enojo de los Freudianos de hueso colorado. Además, curar sirve para satisfacer la necesidad del otro de dejar de estar enfermo. Si la otra persona no tiene necesidad, el curar no tiene sentido. Ojalá entendamos mejor esto, oh mýdicos omnipotentes del siglo XXI. El sentido de curar se encuentra cuando la voluntad de hacerlo satisface la necesidad de quien pide ayuda.
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